Un día, la conciencia alzó la voz y los engaños se desmoronaron. La creencia en la magia y la posibilidad se desvaneció al caer sobre un suelo de mármol y romperse en pedazos. La puerta de la verdad se abrió.
Los juegos que inventábamos para estar con aquel que era nuestro todo también se vinieron abajo. Un día, alguien hizo trampa y nos convenció de que no ganaba el mejor, sino el más astuto. Para ellos, el triunfo era lo único que importaba, sin considerar los sentimientos.
La idea de que el mejor siempre gana resultó ser una mentira. Yo quería seguir creyendo que ser el mejor no implicaba ser hermoso o fuerte, sino honesto, leal e inteligente, pero eso no fue así.
Los amores también se desmoronaron. En lugar de sentimientos, se convirtieron en carne, materia e interés. Ya no se decía “te quiero porque te quiero”, sino “te quiero porque me das”. Los arcoíris desaparecieron, dejando solo grises, y peor aún, negros y blancos.
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