domingo, 6 de enero de 2013

Peligros de politizar la ciencia 1

La siguiente es simplemente una opinión propia, no desconozco ni quiero minimizar los riesgos de faltarle al respeto al planeta, pero creo que debemos cambiar cosas que ahora no son vistas como importantes... se reciben sus criticas... Asombrosamente, es muy poco lo que sabemos sobre cualquiera de los aspectos del medio ambiente, desde su historia pasada hasta su estado presente, o como conservarlo y protegerlo. En todos los debates, las distintas partes exageran el alcance de los conocimientos existentes y su grado de certidumbre. El dióxido y monoxido de carbono atmosférico aumenta, y la actividad humana es la causa probable. Nos hallamos asimismo en medio de una tendencia natural al calentamiento que se inicio alrededor de 1850, cuando salimos de una etapa fría de cuatrocientos años conocida como la “pequeña glaciación”. Nadie sabe en qué medida la actual tendencia al calentamiento podría ser un fenómeno natural. Nadie sabe en qué medida la actual tendencia al calentamiento podría deberse a la actividad humana. Nadie sabe cuál será el índice de calentamiento durante el presente siglo. Los modelos de ordenador presentan oscilaciones del cuatrocientos por ciento, prueba inequívoca de que nadie lo sabe No podemos “evaluar” el futuro, ni podemos “predecirlo”. Estos son eufemismos. Solo podemos hacer suposiciones. Una suposición bien fundada sigue siendo solo una suposición. Sospecho que parte del calentamiento en superficie observado se atribuirá en último extremo a la actividad humana. Sospecho que el principal efecto humano se derivara del uso de la tierra, y que el componente atmosférico será menor. Antes de tomar decisiones políticas costosas a partir de modelos sobre el clima, me parece razonable exigir que dichos modelos predigan las temperaturas futuras con precisión para un periodo de diez anos. Mejor veinte. Opino que creer en la inminente escasez de recursos, después de doscientos años de falsas alarmas en esa dirección, resulta extraño. No sé si en la actualidad esa creencia es atribuible a la ignorancia de la historia, al dogmatismo, o a una malsana afición a Malthus, o a simple contumacia, pero es sin duda un rasgo muy arraigado en nosotros. Existen numerosas razones para abandonar los combustibles fósiles, yeso haremos a lo largo del siglo sin legislación, incentivos económicos, programas de conservación del carbono o las interminables quejas de quienes se dedican a infundir miedo. Que yo sepa, nadie tuvo que prohibirle a las personas el uso del caballo como medio de transporte, así como no tuvieron que prohibir el uso de gas o velas después del invento de Edison. Sospecho que la gente del año 2100 será mucho más rica que nosotros, consumirá más energía, tendrá una población global menor. Y disfrutara más de la naturaleza que nosotros. No creo que debamos preocuparnos por ellos. La actual preocupación casi histérica por la seguridad es en el mejor de los casos un derroche de recursos y un obstáculo para el espíritu humano, y en el peor de los casos una invitación al totalitarismo. He llegado a la conclusión de que la mayoría de los “principios” ecologistas (tales como el desarrollo sostenible o el principio de precaución) tienen el efecto de preservar los privilegios económicos de Occidente y constituyen, por tanto, el imperialismo moderno respecto al mundo en vías de desarrollo. Son una manera sutil de decir: “Nos salimos con la nuestra y ahora no queremos que ustedes hagan lo mismo”. Creo que la gente tiene buenas intenciones. Pero siento un gran miedo por la corrosiva influencia del partidismo, las distorsiones sistemáticas del pensamiento, el poder de la racionalización, los disfraces del interés propio y la inevitabilidad de las consecuencias no planeadas. Siento más respeto por la gente que cambia de punto de vista después de adquirir información nueva que por aquella que se aferra a puntos de vista que mantenía treinta años atrás. El mundo cambia. Los ideólogos y los fanáticos no. En los aproximadamente treinta y cinco años de existencia del movimiento ecologista, la ciencia ha experimentado una importante revolución. Esta revolución ha permitido una nueva comprensión de la dinámica no lineal, los sistemas complejos, la teoría del caos y la teoría de la catástrofe. Se ha transformado nuestra manera de pensar sobre la evolución y la ecología. Sin embargo estas ideas que ya no son nuevas apenas han penetrado en el pensamiento de los activistas de la ecología, que parecen extrañamente estancados en los conceptos y la retorica de los años setenta. No tenemos la menor noción de cómo conservar lo que llamamos “naturaleza”, y nos conviene estudiarlo en el terreno y aprender cómo hacerlo. No veo prueba alguna de que estemos llevando a cabo tal investigación de una manera humilde, racional y sistemática. Albergo, pues, pocas esperanzas respecto a la gestión de la naturaleza en el siglo XXI. Considero culpables a las organizaciones ecologistas en igual medida que a los promotores inmobiliarios y las explotaciones a cielo abierto. No hay diferencia de resultados entre la codicia y la incompetencia. Necesitamos un nuevo movimiento ecologista, con nuevos objetivos y nuevas organizaciones. Necesitamos más gente trabajando sobre el terreno, en el medio ambiente real, y menos gente detrás de pantallas de ordenador. Necesitamos más científicos y muchos menos abogados. Estoy convencido de que hay demasiada certidumbre en el mundo.

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